domingo, 28 de diciembre de 2008

Hipotermia 2: Pedalea o revienta







"Quien recorre la montaña sólo cuando hace buen tiempo, siguiendo las marcas, ignora sus secretos" (R. MESSNER)
Lo que iba a ser una multitudinaria salida de MTB con todos los miembros de La banda y algún acompañante más se quedó en un absoluto fracaso, sólo cuatro valientes (Abel, Iago, Casalini y Jose), insensatos, frikis, o vete tu a saber qué, fueron los que acudieron a la llamada. No diremos nada de los ausentes ya que no estuvieron allí.
Con unos 45 minutos de retraso sobre el horario acordado (algo habitual desde la llegada del inquilino Lilliense) la expedición partió de la casa del cheri hacia la Sierra del Galiñeiro aunque sin concretar el lugar exacto al que llegarían finalmente. La idea inicial era subir al Arruido pero ante las continuas protestas del Señor Casalini (para eso vino de Lille) acordamos finalmente subir al punto geodésico del susodicho monte conocido en la lengua local de los galieteños como “Cruz del Galiñeiro”.
La temperatura era baja en el alto de la Garrida y unas nubes negras cubrían a lo lejos la totalidad de la Sierra pero nada hacía presagiar lo que el destino estaba a punto de depararnos. Las informaciones meteorológicas eran de ausencia de precipitaciones a lo largo de todo el día por lo que confiados continuamos nuestro camino hacia la conquista de los 709 metros de altitud de la Cruz. Los últimos kilómetros de carretera que nos separaban del monte transcurrieron tranquilos y sin sobresaltos llegando en pocos minutos a las faldas del Galiñeiro para encarar ahora sí los tramos más exigentes de la etapa. Las primeras rampas de monte si no son extremadamente duras son lo suficientemente largas como para no tener demasiada prisa en subirlas y así lo hicimos hasta la fuente donde realizamos nuestra primera parada del día. Fue precisamente subiendo estas últimas rampas cuando comenzó a llover débilmente, pero eran los primeros indicios de lo que estaba a punto de acontecer ya que las gotas de agua poco a poco se convirtieron en pequeños copos de nieve. La situación duró tan sólo unos minutos y casi al instante dejó de llover.
Ahora comenzaba lo verdaderamente duro de la etapa, primeramente había que salvar una zona poco pendiente pero con gran cantidad de piedras que hacía que no pudieras relajarte en ningún momento. Casalini y Abel iban por delante mientras que Iago con su tractor y yo los seguíamos a pocos metros. Y aquí si que comenzó a nevar de verdad, el viento hacía que la sensación térmica fuera de mucho más frío mientras los copos de nieve caían dando al entorno una inusual y mágica estampa. Para estampa la que Iago, Abel y yo observábamos mientras Casalini con cara de esfuerzo y pocos amigos terminaba se subir aquel primer tramo de piedras con la nieve cayendo sobre él y su bicicleta. Sabíamos que aquella cara era la cara de la indignación, la protesta, la incredulidad de un Casalini que no comprendía nuestra emoción ante los acontecimientos que estábamos viviendo. Cuando llegó a nuestra altura y le dijimos que había que subir por el cortafuegos que teníamos delante su cara se volvió a transformar (ahora era rabia y odio lo que irradiaban sus ojos) y se negó en redondo a seguir subiendo, “yo os espero abajo” dijo. “Estáis locos,” “¿para qué queréis subir allí?”, “¿para que nieve más?”, “¿soy yo el único que ve nevar?”. No conseguimos convencerlo entonces Iago recurrió al plan B y directamente lo engañó mintiéndole sobre que íbamos a bajar por otro lado cuando realmente sólo había un acceso hasta la cumbre (en Lille será el amo pero en el Galiñeiro todavía le queda por aprender). Gracias a ello encaramos el último tramo hacia la cima, un tramo imposible se subir pedaleando aunque Iago y su tractor consiguieron subir un trecho bastante largo. El viento, la nieve y el frío arreciaban con fuerza mientras Casalini gritaba desesperado llamando por Abel para que le hiciera caso pero no sé si era la ventisca la que se llevaba sus palabras o realmente nadie quería escuchar. “¡Gilipollas!”, “estáis locos”, “¡Abel!,”¡Abel!. Su pilar fundamental le estaba fallando, no se lo podía creer, lo abandonaba, estaba solo…
Si mirabas para atrás la postal era magnífica y sobrecogedora, el cortafuegos, tus compañeros subiendo, el embalse allá abajo y todo ello barrido por la ventisca de nieve que lo invadía todo. Después del duro esfuerzo por fin llegamos a la cima de la Cruz del Galiñeiro, lo más molesto era el viento, no, perdón, lo más molesto eran los gritos de Casalini que ahora sí que se oían. Su caminar de hombre congelado era algo digno de ser grabado y compartido con todos pero será algo que se quede en nuestras retinas para siempre. A pesar de las circunstancias adversas sacamos nuestra bandera en la cumbre y nos hicimos unas fotos pero había que bajar pronto ya que el frío y el viento eran intensos. La bajada por el cortafuegos fue rápida a excepción de Casalini que lo bajó andando y cagándose en nosotros supongo. Cuando llegó a nuestra altura ya no hablaba, no es que perdiera la capacidad de hablar por las congelaciones sino por la rabia y la indignación (sus peores pesadillas se estaban volviendo a repetir, Manzaneda no salía de su cabeza, el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, pensaba).
Pensábamos que al comenzar a bajar las cosas mejorarían pero ya en el merendero (y mucho más bajos) la nieve seguía cayendo con fuerza. Fue aquí donde paramos a recuperar fuerzas y donde los nervios afloraron entre algunos de los miembros de la expedición llevándose la peor parte un pobre plátano que pasaba por allí el cual fue cruelmente pateado por Casalini. Tras degustar unos turrones y productos típicos navideños seguimos bajando por monte pero lejos de mejorar, las cosas empeoraron cuando en plena bajada el tractor de Iago reventó la rueda y tuvimos que parar a cambiarla. Durante el arreglo de esta avería sucedieron cosas que no se pueden contar aquí y que los presentes prometimos que nunca saldrían a la luz. Hacía mucho frío, estábamos mojados y los nervios estaban a flor de piel, por lo cual no podemos juzgar los hechos (tranquilos todo quedará en secreto, aunque sinceramente se me eriza el vello cada vez que las imágenes vuelven a mi cabeza). Con todo arreglado por fin llegamos a la salvadora carretera y lo que parecía que sería nuestra salvación fue con creces lo más duro y exigente del día. Ahora llovía y estábamos empapados y con el frío instalado en nuestro interior. Iago y Abel tenían prisa y decidieron bajar más rápido y Casalini y yo nos lo tomamos con más calma pero los cuatro sufrimos durante la bajada de la Garrida los efectos de la hipotermia y la congelación en casi todos nuestros miembros. El agua acumulada en la carretera era lo peor, los pies y las manos no existían, no podías frenar porque el dolor era intenso, apenas podías moverte sobre la bicicleta, todo movimiento suponía un enorme dolor…
Llegamos a casa, congelados, mojados, cansados, tiritando, entumecidos todos los miembros pero nunca arrepentidos (no hablo por Casalini) y siempre contentos y orgullosos de haber compartido de nuevo una gran aventura. A los que no estuvisteis podéis pensar que menos mal que no fuimos pero recordad que quien no siente, no experimenta o no se arriesga, no vive. A mis compañeros de viaje, muchas gracias y un orgullo y un placer haber compartido esto con vosotros ( Casa, en el fondo lo has disfrutado, todos lo sabemos). Hasta la próxima.