lunes, 22 de septiembre de 2008

L'ANGLIRÚ: EN LA CIMA DEL INFIERNO


Antes de comenzar esta narración me gustaría mandar desde aquí un mensaje de ánimo y apoyo a Dani (estamos aquí para lo que necesites) además de expresar mi más profundo pesar por las circunstancias que te han impedido venir, algo que hago extensible a “todos” los que han compartido esta aventura. Ten seguro que repetiremos la gesta porque “el infierno del Anglirú te está esperando”.
No comenzó, pues, con buen pie nuestro viaje ya que la ausencia de Dani cayó sobre nosotros como un jarro de agua fría haciendo que nos planteáramos la cancelación del mismo. Finalmente decidimos seguir adelante y ahora es tiempo de contar lo sucedido en tierras asturianas.
Salimos de Vigo sobre las cinco de la tarde con calor y buen tiempo. Iago, Silvia y yo en un coche mientras que en el otro viajaban Abel, María, el peque Roi junto con Eva y Bedu, éstos tenían apartamento en Gijón mientras que nosotros nos instalamos más cerca, concretamente en los 5 grados 48’ 22’’ de longitud y los 43 grados 7’ y 39’’ de latitud, o sea en el mismo Concejo de Lena. Sobre las 11:30 de la noche llegábamos al hotel el cual ya de entrada nos causó una agradable sorpresa tanto por su ubicación como por sus instalaciones. Tras instalarnos llegó el momento de la fabada y podemos afirmar que no nos defraudó en absoluto (ya sé que tardé mucho en terminar pero estaba muy caliente, jejeje…). La fabada dio paso al descanso (¿habría bombardeos nocturnos?, esta pregunta quedará para siempre sin respuesta).
El Sábado quedamos con Abel para subir a pié el puerto y disfrutar de la etapa de la Vuelta pero pronto nos daríamos de bruces con la realidad, nunca subestimes al Anglirú ya que su dureza es extrema lo subas como lo subas (sino tiempo al tiempo).
Accesos cortados y mucho pateo era lo que nos quedaba por delante y demos gracias a que Abel volvió al coche a por el spray de las pintadas (¿te suena de algo ese spray Silvia?) y viendo que ya no había tráfico decidió coger el coche y ahorrarnos 7 kilómetros que nos vinieron muy bien. Mucha gente subía tanto a pie como en bici y los primeros kilómetros fueron llevaderos y sin pausas pero finalmente el hombre del mazo atacó dándole un buen mazazo al abductor de Iago que por más que lo intentó no pudo continuar hasta nuestro objetivo de ese día: la Cueña de las Cabras. Este era el aviso para el Domingo pero sobre la bicicleta todo sería distinto. Nos quedamos entonces en Les Cabanes una nada despreciable rampa que llegaba al 21% y desde ese punto pudimos disfrutar del espectáculo de ver a Contador y a todos sus compañeros (auténticos deportistas dignos de toda mi admiración). Con un Iago recuperado la bajada hizo mella sobre la rodilla de Silvia que bajó el puerto con dolor y esfuerzo.
Por fin llegó el gran día, el sol no quería perderse la gesta por eso nos acompañó durante toda la jornada aunque la temperatura era la ideal para andar en bicicleta. Tras las acostumbradas fotos antes de salir comenzamos el puerto desde La Vega con un Iago encabezando el pelotón y poniendo un ritmo muy alto que casi nos saca de punto (“es que quiero romper a sudar” nos dijo, y nosotros casi rompemos pero a llorar). Menos mal que sudó pronto (¿serán las grasillas?, gracias grasillas, gracias, que si sigue así no llego hasta arriba) y sacó el plato grande y la cosa se relajó un poco. No era el tramo duro de la subida pero no podíamos forzar desde abajo y menos sabiendo lo que nos quedaba (y eso que Iago y yo realmente no sabíamos lo que nos quedaba ya que no conocíamos el puerto entero). Habíamos decidido no hacer fotos durante la subida para hacer el puerto completo sin perder el ritmo y sólo una vez en este tramo suave me adelanté unos metros para sacarles unas fotos. Realmente estábamos disfrutando tanto de la ascensión como del impresionante paisaje que teníamos a nuestro alrededor, no sufríamos y todo iba de maravilla pera sabíamos que tras la zona de descanso de Viapará las cosas cambiarían radicalmente y eso nos pesaba como una losa.
No creo poder expresar con palabras la dureza extrema de los kilómetros que estábamos a punto de afrontar, cualquier cosa que diga es humanizar esas rampas y creedme cuando os digo que son cualquier cosa menos humanas, son monstruosas, terribles, como un puñetazo de Mike Tyson en pleno rostro.
Fue en estas primeras rampas duras donde adelantamos a unos bikers que subían (los primeros que encontrábamos en la subida) pero el plato mediano ya comenzaba a ser demasiado duro para afrontar los terribles zig-zags de Les Cabanes ( 10,4% de mínima y 21,5 % de máxima durante los siguientes 400 metros) aunque al fin logré salvar la rampa sin cambiar el desarrollo. Pero a partir de aquí el molinillo, la templanza de cabeza y el esfuerzo serían los auténticos protagonistas del puerto. Los descansos no existían ya que el puerto subía y subía y las rampas se sucedían con una constancia desesperante (Xonceo, 10,8% de mínima y 21,2% de máxima, otros 150 metros extenuantes). Ahora sí que nos topábamos con ciclistas que bajaban y todos (Pinarellos o no) nos animaban y daban alientos para seguir subiendo. El mejor fue el que nos dijo:”venga que ya pasasteis lo más duro, sólo queda lo peor”. Ver hacia el frente era totalmente desesperanzador y eso que ahora llegaba una parte más suave (Les Picones con un 12,8% de mínima y un 15,4 de máxima en 200 metros), esto era lo más parecido a un descanso pero ni aquí podías ya renunciar al molinillo porque el esfuerzo era tan brutal y seguido que las piernas apenas tenían fuerzas para mover el desarrollo. Lo peor de todo es que sabíamos que todavía faltaba lo más duro del puerto, la famosa Cueña que no daba llegado y hacía que no las tuviéramos todas con nosotros. Escondida tras una curva de herradura se nos aparecía ahora desafiante y terrible, sus 450 metros de longitud con un porcentaje mínimo del 16,2% y un máximo del 23,5% son suficientes como para tumbar a cualquiera y más después de haber tenido que sufrir todas las anteriores. Iniciamos la rampa con resignación y mucha cautela, ya casi no había desarrollos en nuestras bicis y había que resistir este envite como fuera. Era una rampa casi completamente recta con una pequeña curva casi al final y con un porcentaje que se incrementaba a medida que ascendías. El esfuerzo fue extenuante pero sabíamos que había que sufrir para alcanzar nuestro objetivo y así lo hicimos hasta el final. Nos retorcíamos sobre las bicicletas, no hablábamos, ni siquiera podías ver hacia atrás, con todo el desarrollo metido, ahora sí que no había más pero el final estaba a nuestro alcance y por fin superamos La Cueña aunque no estaba todo dicho porque la subida continuaba y parecía no terminar nunca. Siendo el que peor preparado venía debido al poco tiempo que tiene para salir con la bici Iago una vez más nos demostró lo que es el pundonor y el saber hacer y el saber sufrir sobre una bicicleta (quizás me tachen de pelota pero es admirable su actitud en estas circunstancias y siempre lo diré aunque tranquilos que se le dará cera cuando haya que dársela, jejeje, pero ahora sólo toca quitarse el sombrero ante él). Y aunque pase desapercibido también es encomiable la actitud de mi otro amigo que a pesar de sufrir como los demás (aunque no lo parezca él también sufre) no se separó en ningún momento de Iago y lo alentó y compartió sudores y olores con él durante toda la ascensión. Como dije, la subida no había terminado y tras el brutal esfuerzo continuamos para arriba salvando unas rampas muy respetables llegando por fin a la última, El Aviru de 14,9% de mínima y un 21,6% en 200 metros que terminó por destrozar nuestras doloridas piernas pero ahora ya sabíamos que el puerto estaba superado, sólo quedaban 800 metros para la gloria y eran favorables como para cargar plato grande y alcanzar al fin la ansiada cima del Anglirú.
Alegres y satisfechos disfrutamos de la cima, nos hicimos fotos en el pódium de la Vuelta que todavía no había sido retirado y conocimos también el amor de manos de un tío que se empeñó en hacernos todo tipo de fotos (incluso sin que se lo pidiéramos) y que nos seguía durante la bajada. No sé si se enamoró de los impresionantes gemelos de Iago, de los hercúleos pectorales de Abel o de mi desbordante personalidad pero el caso es que hubo feeling.
La bajada la hicimos con tranquilidad y sacando fotos aunque algunos bajaron más tranquilos que otros (81kms/h creo que pilló alguno). Siento la extensión del relato. Hasta la próxima y muchas gracias a todos los que habéis venido ( Abel, María, Roi, Eva, Bedu, Silvia y Iago), ha sido un placer. Volveremos con el rey del molinillo…